Continuación relato de futuro para un pueblo de la Sierra de Huelva
por Ángel Fernández Batanero
Al día siguiente, decidí dirigirme a la parte alta del pueblo y acercarme al castillo y a la iglesia. En la subida, por la calle donde sigue estando la casa de la “Familia Grajera”, me sorprendió ver un cartel que decía: Asociación de senderismo “La Vía” y un poco más adelante, otra asociación cultural, “La bellota”, en el panel que había en la puerta se anunciaba el 2º ciclo de tertulias.
Continué la subida a la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y me llevé una grata alegría, porque estaba también abierta, era visitable, durante casi todo el día y todo el año. En la entrada había un stand con una gran variedad de folletos explicativos y al atravesar el magnífico arco de herradura y acceder al interior, lo que más me llamó la atención fue que se habían restaurado todos los retablos. Resaltaban la multitud de pequeños carteles, metidos en metacrilato, que explicaban brevemente los nombres de los santos, su edad, historia, los distintos retablos, reconstrucciones, capilla, sacristía, era una información, muy detallada, que merecía la pena leer.
Todo estaba muy bien organizado, era evidente, que en esa bonita y vieja iglesia, se había producido un gran cambio.
Salí muy satisfecho y me dispuse a iniciar la subida al castillo. El camino, zigzagueante de subida a la fortaleza, también estaba cambiado, se habían sembrado setos y se habían puesto bancos, era distinto. Por fin, llegué a la entrada del Castillo, después de cruzarme con personas que subían y bajaban. Estaba también abierto, el horario era de 9 de la mañana a 8 de la noche y al igual que en el resto de monumentos, en la entrada se disponía de multitud de folletos y carteles, muy variados, relacionados todos con la construcción, historia y restauración de la fortaleza. En el interior, al igual que en la iglesia, había pequeños carteles que informaban puntualmente de excavaciones arqueológicas realizadas, de antiguas dependencias, de antiguos usos y sucesos acaecidos. Unos grandes carteles, que colgaban de las paredes, anunciaban para la semana siguiente, en el interior del castillo, una obra de teatro “Cuando enterraron a Bigotes” del grupo de teatro “Teuler” de la propia localidad. En la fortaleza se había construido un auditorio aprovechando el desnivel del terreno y se le daba bastante uso al cabo del año.
Se notaba que, en el pueblo, había bastante vida social y existían una gran cantidad de asociaciones, de todo tipo, que desarrollaban un gran abanico de actividades. Me dispuse a salir del castillo y a comenzar el descenso, cuando me senté en uno de los bancos que se encuentran en la bajada de la fortaleza. Allí sentado y con la mirada perdida en la muralla, casi perdí la noción del tiempo. Recordaba, cuando jugaba en el interior del castillo, cuando me subía por sus derruidas y peligrosas paredes y cuando me encontraba, de vez en cuando, con algún hueso.
Estaba con el pensamiento en aquella época, cuando se sentó, a mi lado, un viejecito con un bastón y con ganas de hablar. Estuvimos charlando de todo un poco. Se notaba que era una persona abierta, había vivido siempre en Santa Olalla y recordaba épocas pasadas y tiempos ya lejanos, de los que hablaba con cierta nostalgia.
Hablar con ese anciano, me puso en la pista de la transformación que el pueblo había sufrido y del posible origen de ese cambio. Era notorio, yo mismo lo había comprobado, que el pueblo había cambiado radicalmente, pero gracias a esta persona conseguí entender cuál pudo ser el detonante de todo lo acaecido. Me explicó, que en el año 2019 o 2020 se formó una especie de Comisión de Patrimonio, a nivel de toda la localidad, en dicha comisión estuvieron representados el ayuntamiento, los centros educativos, los partidos políticos, las instituciones, asociaciones y colectivos, empresarios, e incluso algunas personas voluntarias.
Esta comisión comenzó a reunirse trimestralmente y a trabajar como una piña, todos a una, aportando ideas e impulsando acciones encaminadas a convertir a Santa Olalla en un pueblo atractivo, en un pueblo especial, en un pueblo que llamara la atención a los visitantes por tener cosas diferentes y llamativas, que no se suelen ver en otros sitios. La comisión de Patrimonio puso especial énfasis en cuidar, mejorar, potenciar y desarrollar todo lo relacionado con el Patrimonio cultural, monumental, histórico y natural del pueblo y la forma de ponerlo en valor. Se realizaron proyectos de Patrimonio en todos los centros educativos de la localidad, con la idea de educar a la juventud y especialmente a los mas pequeños al objeto de hacerlos partícipes del proyecto. También para hacer que se sintieran orgullosos del gran Patrimonio que poseemos, para que lo conocieran en profundidad y para que convirtieran a Santa Olalla en un pueblo limpio y cuidado, que fuera la envidia de toda la zona. Se dictaron normas que, al principio, la gente acogió con cierta indiferencia, pero que, más tarde, esas normas se acogieron con agrado y todo el mundo las hizo suyas. Se comenzaron a proponer ideas y a trabajar para desarrollar proyectos. Se realizaron documentales del pueblo que se distribuyeron por las redes sociales y se hicieron carteles de propaganda que se colocaron por Sevilla y sus alrededores. Al cabo de algunos años la transformación comenzó a dar sus resultados y Santa Olalla comenzó a ser un pueblo que llamaba la atención. Aquel amable anciano, me había puesto en la pista de lo que, posiblemente, había originado tan espectacular transformación del pueblo. Santa Olalla se había convertido en un lugar muy atractivo para multitud de personas que habían decidido instalarse y vivir aquí De vez en cuando, me acordaba de la subida a las 7,30 de la mañana al Cerro del Viso. Pero eso sería ya mañana, todavía tenía tiempo de acercarme a la rivera, me intrigaba si también había cambiado el entorno de la ermita. Así que, hacia allí me dirigí.
A medida que salía del pueblo y encaraba la carretera al Real de la Jara, comencé a mirar a ambos lados de la carretera, el paisaje era el mismo que yo recordaba, no había grandes cambios, las encinas, los alcornoques… Daba una sensación de una arboleda más cuidada, el asfalto era nuevo, las señales más vistosas, pero al llegar a la entrada de la rivera, sí noté algunos cambios. Se entraba por una especie de gran arco, de piedra. Había mucha más vegetación y lo que más resaltaban eran los grandes chopos a lo largo de toda la orilla. Esta parte nuestra, junto a la ermita, había mejorado mucho, las barbacoas, mesas y contenedores de basura se habían renovado e integrado con el paisaje, se disponía también de una gran zona de recreo infantil y de acampada.
En su conjunto, había mejorado bastante y junto con la parte de enfrente del Real, la zona se había convertido en un lugar muy atractivo para las familias y grupos de amigos que, a diario, llegaban de todos sitios. La ermita y la Santa no habían cambiado mucho, la gran diferencia era que la ermita estaba abierta todos los fines de semana y era constante el entrar y salir de personas que se asomaban a ver a Santa Eulalia y de camino compraban algunos recuerdos.
Por fin, llegó el esperado día 21 y el despertador me sonó a las 6,30 de la mañana, tal como lo había programado. Un tanto intrigado y con algo de prisa me dispuse a subir al Cerro del Viso. A mitad de camino y cuando seguía subiendo empecé a encontrarme multitud de coches aparcados. Llegó un momento en que no sabía dónde dejar el coche, no había hueco.
Por fin, un sitio. Decidí aparcarlo y seguir la subida a pie. Fue una buena decisión.
A medida que me acercaba a la cima iba escuchando el murmullo de la gente, había mucha más gente de la que yo me esperaba. Eran las 7,25 y la claridad comenzaba a asomarse por el este.
Todo el mundo miraba al mismo sitio, allí había clavadas en el suelo dos grandes piedras de granito que habían subido desde las canteras y sobre ellas había una tercera piedra que descansaba encima. Las enormes piedras formaban una gran U invertida, como una especie de marco de puerta. Eran las 7,40 y el Sol comenzaba a despuntar por el horizonte, de pronto, se hizo un silencio enorme y eso que, allí arriba, había más de 200 personas. El Sol fue subiendo, lentamente y cuando asomó al completo se situó justo en el hueco que hacían las tres grandes piedras. Por un momento, el astro rey pareció encajado entre las 3 enormes piedras. El milagro se había producido, duró unos segundos, pero fueron unos segundos emocionantes. A continuación, todas aquellas personas, comenzaron a gritar, a aplaudir y a chillar de alegría. La fiesta fue grande y el espectáculo del Sol una auténtica pasada. En ese justo momento, de perfecta sincronización, se realizaron miles de fotos.
Allí arriba, en la cima de la sierra del viso había un observatorio astronómico, al estilo de los que se hacían en la antigüedad. Luego me fijé, que a la izquierda, en el polo opuesto había otras tres enormes piedras dispuestas de forma similar. Me explicaron que, en aquellas otras, se producía el mismo fenómeno, pero en el solsticio de invierno, el que se produce el 21 de diciembre de cada año. Cada vez que se producía un solsticio se congregaban, en la cima, cientos de personas, llegados de distintos lugares, y durante todo el día la fiesta estaba asegurada. Se notaba que todo estaba bien preparado y planificado, porque a las 12 de la mañana había una charla en el pueblo sobre astronomía, acompañada con proyecciones de otros monumentos astronómicos de la antigüedad.
La experiencia había merecido la pena, la gente seguía en la cima, pero yo comencé a descender, cogí el coche y de camino al pueblo pasé por la antigua estación, junto a la vía. Al girar la cabeza, me llamó la atención la enorme máquina de tren que había a un lado, sobre una plataforma. Era entera de color negro con una fina línea roja que la rodeaba. Me paré junto a ella, la observé detenidamente y entonces me di cuenta que la vieja estación estaba restaurada, habían montado un elegante restaurante.
Era sorprendente, jamás me hubiese imaginado que aquella zona hubiese sido recuperada con tanto acierto. Se habían restaurado los andenes, el embarcadero, la estación, un tramo de las vías del tren y se había colocado un monumento con una enorme máquina de vapor.
Unos llamativos folletos, sobre la historia del tren y la mina del Teuler, estaban en una estantería de madera a disposición de todo el que quisiera más información. Desde el mismo restaurante se organizaban todos los fines de semana rutas a pié, en bici y a caballo.
Jamás hubiera imaginado tanto cambio en el pueblo y mi sorpresa siguió aumentando en los días siguientes, cuando recorrí la calle de encima, y me acerqué al coso y al horno de la cal.
No hacía nada más que pensar, en cómo, se había invertido la tendencia generalizada de pérdida de población y de puestos de trabajo. No podía creer que esa nueva y cuidada imagen del pueblo hubiese provocado ese enorme cambio en tan sólo 20 años. Era increíble, pero estaba empezando a comprender, por qué tanta gente se había venido a vivir a una zona rural, huyendo de la contaminación, de los coches y del estrés, y buscando un lugar tranquilo, singular y atractivo, donde poder disfrutar de la naturaleza, del paisaje y de los encantos del pueblo, teniendo también el privilegio de contar con una conexión rápida con la capital…
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